Si a lo largo de la historia de la Humanidad ha existido un claro
ejemplo de amor a Dios, y de amor hacia el prójimo, ha sido sin lugar a dudas
el de nuestro bondadoso Señor Jesucristo.
«Y salió Jesús (no permaneció recluido en un monasterio) y vio una gran
multitud (es necesario una observación de nuestro contexto social), y tuvo
compasión de ellos (a la acción le precede la misericordia), porque eran como
ovejas que no tenían pastor (la realidad de nuestra Humanidad perdida, es que
no tiene pastor); y comenzó a enseñarles muchas cosas (la labor para que
vuelvan al rebaño es principalmente de guía pastoral)» (Mr. 6:34).
Aquí es preciso señalar que sólo el amor de Jesucristo es capaz de
producir cambios radicales en nosotros, y también en los que nos rodean. Aquel
que tiene a Cristo en su vida, y por lo tanto ha experimentado la compasión,
está llamado, como resultado natural, a mostrar un corazón compasivo hacia los
demás. Y, reflexionando sobre el versículo leído, ¿cómo pensamos que es la
mejor manera de hacerlo? Pues como cita el texto: «Y salió Jesús» a buscar a
las ovejas perdidas.
Sobre este ejemplo, advertimos que no todos los cristianos somos
evangelistas. Pero, sin embargo, también es cierto que cada uno de nosotros
estamos llamados, de una forma u otra, a dar testimonio de nuestra valiosa fe
evangélica. De esta manera, la expresión del amor de Dios hacia nuestros
semejantes se traduce, primordialmente, en el deseo de que los perdidos
encuentren la Salvación.
La realidad es que gran parte de nuestra sociedad se halla extraviada
del camino verdadero, y por ello necesita encontrar una guía que le oriente en
la dirección correcta. Con tal vocación encauzaba su servicio nuestro buen
Pastor. Y también admitimos que todos los cristianos, de alguna manera,
deberíamos de colaborar en este preciado ministerio.
Según cita la Escritura Sagrada, la voluntad general de Dios reside en
que el hombre venga al conocimiento de la Verdad. Y, como consecuencia, no
podemos decir que amamos al prójimo y al mismo tiempo dejamos que ande
desorientado, cual barco que se pierde a la deriva. Nos preguntamos, con cierta
contradicción, por qué nos cuesta tanto dar testimonio de nuestra salvación, y
asimismo indicar a los demás dónde se revela el camino que lleva a la vida. Tal
vez ocurre que nuestro amor al prójimo esté mal orientado, o hayamos pasado por
alto el visible ejemplo de Jesús.
Nuestro buen Pastor salió en busca de las ovejas perdidas para
indicarles el camino... ¡hagamos nosotros lo mismo!
«...entre tanto que él despedía a la multitud (pastor cercano y
accesible a la gente). Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar
(labor de intercesión pastoral)» (Mr. 6:45,46).
Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, los
discípulos enseguida subieron a la barca, apresurados seguramente para ir a
descansar. Al mismo tiempo, notamos que Jesús se quedó para despedir a la
multitud, ofreciendo su cordial saludo en la despedida, y demostrando así su
amor cálido y fraternal. A continuación, y como era habitual en él, se fue al
monte a interceder en oración al Padre celestial: muestra de su verdadero
interés por la multitud.
Volviendo a la enseñanza del texto, no olvidemos que el «saludo cordial»
es el acto de inicio en la mayoría de las relaciones personales, donde va a
depender, en gran medida, la impresión que los demás tengan de nosotros, y por
consiguiente de nuestro testimonio cristiano.
Amor incondicional fue el que Jesús nos manifestó de forma clara y
fehaciente. Ahora, entendamos bien el concepto de «amor a Dios», ya que el amor
que no se muestra de manera horizontal (hacia los demás), es porque no contiene
verticalidad (hacia Dios). Teniendo presente el modelo del buen Pastor, resulta
una grave contradicción amar a Dios y a la vez ignorar a nuestro prójimo. Y si
es cierto que el cristiano ama al prójimo, efectivamente tendrá que
demostrarlo, así como también lo hizo Jesús.
Valoremos adecuadamente el concepto de amor, porque si éste se expresa
solamente en la teoría, bien podemos asegurar que no es el verdadero amor de
Dios. De hecho, no se puede concebir un cristianismo en el plano de la mística
particular, sin que haya unas implicaciones de carácter social, donde nuestro
amor al prójimo se evidencie de forma concreta. Aprendamos del ejemplo de
Cristo, pues no existe manera mejor para comenzar a poner en práctica el amor de
Dios, que ofrecer mediante «el saludo» una prueba amable de nuestro afecto
fraternal. No tenemos excusa alguna, el buen Pastor nos dio el ejemplo, y por
lo tanto también todo discípulo de Jesús debe expresarse amigablemente,
brindando sin reservas un trato afectuoso a los demás: «él despedía a la
multitud».
Siguiendo el modelo bíblico, busquemos así el vínculo de cordialidad
fraternal en las relaciones interpersonales, donde nuestra forma de expresión,
agradable y cercana, muestre los valores fundamentales del Reino de Cristo.
La demostración de nuestro amor al prójimo, es
la medida de nuestro amor a Dios
Tomado de: http://portavocesdevida.org/el-ejemplo-de-jesus-en-la-vida-cristiana/jesus-el-buen-pastor
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